Escribir del pasado, es escribir sólo recuerdos. El pasado puede haber sucedido hace un segundo o hace mil años, ya es pasado. Sin embargo, cuando el pasado se ha vivido con intensidad, se vuelve presente eterno al evocarlo, y también se transforma, porque finalmente lo que recordamos es la sensación plena de la emoción, la percepción racional y las particularidades anímicas del momento que nos conectan con los estímulos físicos, y para comunicar esa complejidad sólo nos apoyamos en imágenes que otros pueden reconocer, descripciones de sensaciones que creemos comunes, pero de las que nunca tendremos la certeza de estar compartiendo a plenitud con los receptores del mensaje. Estas imágenes y descripciones, son el vínculo con que nos unimos a los que nos leen o nos escuchan. El recuerdo es fragmento de nuestra realidad emocional. Y el recuerdo sólo es personal.
Cuando el recuerdo es colectivo, entramos a otro nivel de comunicación, donde a través de estímulos físicos, logramos una comunicación energética con las personas con las que compartimos el instante, esto es, vivimos el instante en armonía colectiva y tenemos la capacidad de recordar sólo a través de nuestras historias individuales, por lo que el instante colectivo es sólo presente y es difícil repetirlo.
Aquí está la diferencia para mí, entre recuerdo individual y colectivo, el recuerdo colectivo, cuando es auténticamente producto de la memoria de un grupo, es tradición, cuando es el producto de la descripción de hechos filtrados por las conveniencias políticas y sociales de una época particular son partes fragmentadas de la historia. Una historia individual o colectiva, que busca ser reconocida por una colectividad más amplia y diversa que no comparte todos los elementos que son comunicados, y que a su vez no tiene los elementos suficientes ya sean políticos o de comunicación para sumar a ese fragmento de historia, su propio punto de vista, su emoción particular del instante.
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