Quisiera decirte que por donde pasaba, las miradas se detenían por un instante para contemplar su recia figura y que aún después de tiempo quedaba grabada, en la cotidianidad de quien lo observaba, la imagen de su presencia inquietante. La verdad es, que pasaba desapercibido. Quizá fuera ese su verdadero encanto, nadie lo notaba; hasta que, rodeado de la tenue luz de las fogatas en el campo abierto, sus rasgos comunes adquirían características particulares y atrayentes, parecía emerger del mismo fuego. Estaba conectado al fuego que se concentraba en su interior y desde ahí desplegaba su calor envolvente, mesurado y provocador.
La noche era el mejor escenario, el teatro inmenso donde la esperanza no sonaba absurda. Y en ese escenario de sombras y realidades desdibujadas, las fantasías y los sueños siempre se han desarrollado en plenitud. Cuando la luz del sol aparecía puntual, en aquel pueblo derrotado y reseco, después de una noche de sueños compartidos al calor del fuego y de las sombras; algo sutil había llegado para quedarse en la memoria de todos los que habían soñado aquellas noches, absortos de los sonidos, como el tenue rocío sobre las plantas de los patios desgastados. Ahora sí, y aunque las miradas no se detuvieran nunca a observarlo al caminar por las calles, las palabras de fuego habían sido escuchadas. Allá en el monte, junto al fuego. Y ya eran tantas las noches y tantos los despertares violentos, que sin apenas percibirlo, algo había cambiado también en el día a día. Los viajeros no podían describirlo, y aunque era aquel un pueblecito anónimo, como tantos otros, un temor indescriptible sacudía el alma de los que miraban directo a los ojos de los seres que circulaban por las calles empolvadas con el peso de la pobreza sobre los hombros. No era ni por mucho una mirada de reto violento y confrontador, amenaza a la que hubieran respondido como tantas veces, con la violencia latente y la prepotencia de sus pistolas y su coraza de impunidad. Era más bien, y quizá tu lo entiendas, una confrontación íntima entre dos almas desnudas. La constatación incomoda de la culpa, de la ausencia de fraternidad. El pueblo se iba quedando poco a poco sin visitantes ocasionales, y también se iba llenando poco a poco de extraños que buscaban la noche anónima de las fogatas. ¿Quién quiere ir a un pueblo horroroso y sucio? Se oía el rumor de que el gran decisor había decretado la construcción de una autopista. La necesidad apremiante de velocidad, amiga personal del crecimiento sostenido y del arribo de la modernidad, terminaría por ignorar la presencia incomoda de ese pueblecito resucitador de culpas, cuyos habitantes ignorantes lograban ver el interior vacio de los sepulcros blancos. Había urgencia claro, de secar la semilla germinada de la tranquilidad interior, que en aquel pueblecito, había surgido del calor del fuego de la tierra y del calor interior de los hombres y mujeres, que por las noches se reunían a compartir en el campo abierto, anónimo y teatral, las historias que de día nadie escuchaba.
Quisiera decirte que no lo lograron. Quisiera decirte que la autopista no logro segmentar y dividir, y que ahora, el pueblecito es libre no sólo en las noches. En verdad quisiera decírtelo, para que tú también quisieras compartir las historias que nacen del fuego de tu interior.
viernes, junio 10, 2011
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