La tarde se adelanta
a través de la complicidad de las nubes espesas
nubes espesas que arrancan la claridad cotidiana
de las calles y las plazas.
El pavimento exhala por fin, casi asfixiado,
el calor acumulado por los meses pasados.
La luz tenue,
Esconde y magnifica los errores ciudadanos.
Yo me encojo de hombros
no por apatía,
por protección, por miedo.
Temo como otros el cambio de rutina
Y en un primer impulso, me protejo.
Y al final, me animo y salgo
Y siento sobre el rostro reseco
Las primeras gotas de lluvia.
jueves, junio 30, 2011
miércoles, junio 29, 2011
HOY ¡Cómo me hacen falta los muertos!
¡Cómo me hacen falta los muertos! Sus memorias sus recuerdos, sus amores, sus nostalgias que de algún modo siguen siendo las mías. Me hace falta su relato y su enseñanza para reafirmar mi interior. ¿Cómo saborear el sedimento de su existencia que vive a través de mí? Ese sedimento que me forma y me determina por apropiación voluntaria. ¿Será verdad que la memoria de ellos llega, y se reaviva como el fuego, al trasmitir hacia mí los destellos de su vida que entran por los sentidos en mi vida presente, en el espacio compartido? Me gusta creer que es así. Me gusta y me angustia porque entonces, la ciudad que se transforma y se reinventa todos los días ignorando el valor de la memoria de los muertos, va minando también en los vivos su arraigo y su sentido de pertenencia. Vagamos por los restos de la ciudad fragmentada, algunos, deseando unir aunque sea con las lágrimas, los fragmentos que día a día se separan irremediablemente, pulidos ya los vértices que podrían unirse como un gran mosaico desarticulado. Perdido para siempre su significado y su coherencia de vida.
martes, junio 28, 2011
Silencio
La ciudad del silencio y el disimulo, cobra vida todos los días como un fantasma viviendo una realidad aparte, una realidad poblada de fantasmas presentes y seres vivos desaparecidos entre los balazos y gritos que nadie escuchó.
Hoy como ayer a esta misma hora, muchas personas desaparecen del espacio natural de las ciudades y los pueblos y los ranchos. Desaparecen con ellos los sueños y los deseos, y también las ansiedades y las angustias que antecedieron una muerte seguramente violenta, no por imprevista o inesperada, pero si por la naturaleza de la agonía de la persecución física y psicológica. Suicidio social, alimentado por el miedo.
Y no todos los muertos son cadáveres esparcidos por las ciudades y los pueblos y los ranchos, y los caminos y los ríos y las fosas clandestinas y las fosas suntuosas. También los hay, y eso me aterra más, los muertos vivos, que caminan ausentes por las mismas calles de esas mismas ciudades refugio del miedo y la incertidumbre, muertas las ilusiones, vivos los cuerpos, deambulan por los ranchos y los pueblos y las ciudades y los caminos y los ríos, contemplando las barrocas representaciones del mundo que se les escurre por los ojos y los oídos, el mundo que a fuerza de insistir se apodera de lo más recóndito de los deseos, orillando a olvidar los deseos auténticos y a sustituirlos mansamente por los deseos de los otros que no comparten.
Desaparecen pues, sus sueños y sus deseos. Y en esa muerte a medias, quedan impregnados sus cuerpos, de la persecución física, de la persecución psicológica, del miedo, de la incertidumbre y de las ilusiones propias, esas sí, muertas.
Hoy como ayer a esta misma hora, muchas personas desaparecen del espacio natural de las ciudades y los pueblos y los ranchos. Desaparecen con ellos los sueños y los deseos, y también las ansiedades y las angustias que antecedieron una muerte seguramente violenta, no por imprevista o inesperada, pero si por la naturaleza de la agonía de la persecución física y psicológica. Suicidio social, alimentado por el miedo.
Y no todos los muertos son cadáveres esparcidos por las ciudades y los pueblos y los ranchos, y los caminos y los ríos y las fosas clandestinas y las fosas suntuosas. También los hay, y eso me aterra más, los muertos vivos, que caminan ausentes por las mismas calles de esas mismas ciudades refugio del miedo y la incertidumbre, muertas las ilusiones, vivos los cuerpos, deambulan por los ranchos y los pueblos y las ciudades y los caminos y los ríos, contemplando las barrocas representaciones del mundo que se les escurre por los ojos y los oídos, el mundo que a fuerza de insistir se apodera de lo más recóndito de los deseos, orillando a olvidar los deseos auténticos y a sustituirlos mansamente por los deseos de los otros que no comparten.
Desaparecen pues, sus sueños y sus deseos. Y en esa muerte a medias, quedan impregnados sus cuerpos, de la persecución física, de la persecución psicológica, del miedo, de la incertidumbre y de las ilusiones propias, esas sí, muertas.
lunes, junio 27, 2011
Morir
Militarizar el alma blanda
cauterizar los orificios
por donde ha penetrado el sentimiento
el sentimiento absurdo de compartir.
Sucumbir a la inercia irresponsable del flujo manipulador,
manipulador de los estimulos ajenos.
Cerrar para siempre la puerta a la curiosidad creativa
curiosidad creativa de sobrevivencia evolutiva.
Morir.
cauterizar los orificios
por donde ha penetrado el sentimiento
el sentimiento absurdo de compartir.
Sucumbir a la inercia irresponsable del flujo manipulador,
manipulador de los estimulos ajenos.
Cerrar para siempre la puerta a la curiosidad creativa
curiosidad creativa de sobrevivencia evolutiva.
Morir.
lunes, junio 13, 2011
Recordando a Mahatma Gandhi
Primero te ignoran,
después se ríen de ti,
luego te atacan,
cuando te atancan, ganaste.
después se ríen de ti,
luego te atacan,
cuando te atancan, ganaste.
sábado, junio 11, 2011
Nuestros días
La sonrisa enmascara la inseguridad de su mundo, el mundo que se tambalea. El grito recurrente que reafirma el silencio abrumador del interior hueco y vacío, que a fuerza de ignorarlo, sigue gritando a través de las cajas que se han adueñado de los hogares llamadas televisores.
La perspectiva de ser descubiertos en su insulsez, provoca la exageración del maquillaje y el amaneramiento de su comportamiento teatral y no por eso artístico. La estupidez brota incesante a través de las ondas que cruzan invisibles el territorio sembrado de muertos.
Muertos. Ni culpables, ni inocentes, simplemente cadáveres de mexicanos regados sobre las ciudades, lejos de cualquier resquicio de pudor. Atrás queda ya la hipocresía de las fosas escondidas y anónimas; de las desapariciones, que de tantas, parecen pasajes de otras vidas, ahogadas en los llantos silenciosos de todos aquellos que ya no esperan, y tampoco se atreven a olvidar completamente, por temor fundado a desaparecer también ellos. La burla grotesca de la inseguridad, se exhibe ya en el espacio cotidiano, no es necesario el uso abusivo de la belleza obscura y forzada de la noche inocente. El miedo a estar.
Y tú, ¿Cuánto más podrías contemplarlo sin vomitar? ¿Cuánto más podrías controlar el impulso natural del asco? ¿La desesperación violenta, la crispación de las manos y los labios sangrantes por la impotencia? Mucho, mucho, demasiado, porque seguías ahí, impávido; como escultura bizantina, fragmentado de colores, inexpresivo y ausente, profundo e inquietante. Paralizado de estupor, de auténtico miedo, de terror justificado.
La gente la llamó loca, otros simplemente Marisela, Marisela Escobedo. La gente te llama loco, otros simplemente Javier, Javier Sicilia. Y tantos y tantos locos… Pero son cada vez más, los que buscan en sus actos inesperados, la oportunidad de respirar un poco de un aire menos denso y más fresco. La oportunidad de sentir la vida. De sentirse vivos. Sin miedo.
La prisión no son los otros, y reconocerlo duele, porque eso representa asumir la responsabilidad por tanto tiempo negada.
Y ya suman varios Javier, los que sacan las cabezas y abren los ojos y los corazones al verlos pasar, al ver su rostro transformarse, al ver su rostro actuar como espejo interminable de los rostros de todos. Un rostro que se encuentra por fin, con un corazón. Un corazón que evoluciona, que trasciende las imposiciones asumidas. Los hombres no lloran. Un corazón de padre, de hombre, que camina y se transforma, que pasa de la ira y del sentimiento de piedra dura e insondable, al consuelo silencioso y a la comunión con los iguales.
Ahí estás tú, en medio de la multitud deseosa de respuestas y consuelo, tú; que más que nada desea ser consolado y escuchar respuestas.
Poco a poco comienzas a ser consolado por la empatía de los que pudieran compartir tu dolor indescriptible. Indescriptible por terrible, por inconmensurable, porque es tuyo y al contemplarlo yo, quisiera que fuera de todos. Porque ya es mío, lo confieso. Y también desde mi propio silencio lloró.
Buscas junto a otros en el terreno fangoso del desierto. Ya voy contigo. Buscamos en el peregrinaje inverso al de los antiguos pobladores del Valle. Nos alejamos del lago, del águila, del nopal y de la piedra idealizados, para descubrir la crudeza y la belleza reales del desierto hostil que negamos ¿Habremos olvidado la fraternidad sedienta e insolada, y la capacidad de supervivencia necesariamente comunitaria, en los grandes territorios otrora nómadas del norte?
Y sí, al final han salido los rostros y los corazones del desierto, al encuentro silencioso. Los dolores indescriptibles e inconmensurables de los otros se encontraron. Los brazos, abrazaron los corazones y los ojos empañados, compartieron sobre las mejillas, las lágrimas silenciosas del dolor que no encuentra reposo.
Caravana del consuelo. ¿Cuántos recorridos tendremos que hacer por la inmensidad del territorio entrañable en la memoria y secuestrado por el miedo, para encontrar el consuelo individual? ¿Tendremos todos que experimentar el sacrificio de nuestra sangre, para sentir el dolor de la ausencia de las sangres de los otros?
La perspectiva de ser descubiertos en su insulsez, provoca la exageración del maquillaje y el amaneramiento de su comportamiento teatral y no por eso artístico. La estupidez brota incesante a través de las ondas que cruzan invisibles el territorio sembrado de muertos.
Muertos. Ni culpables, ni inocentes, simplemente cadáveres de mexicanos regados sobre las ciudades, lejos de cualquier resquicio de pudor. Atrás queda ya la hipocresía de las fosas escondidas y anónimas; de las desapariciones, que de tantas, parecen pasajes de otras vidas, ahogadas en los llantos silenciosos de todos aquellos que ya no esperan, y tampoco se atreven a olvidar completamente, por temor fundado a desaparecer también ellos. La burla grotesca de la inseguridad, se exhibe ya en el espacio cotidiano, no es necesario el uso abusivo de la belleza obscura y forzada de la noche inocente. El miedo a estar.
Y tú, ¿Cuánto más podrías contemplarlo sin vomitar? ¿Cuánto más podrías controlar el impulso natural del asco? ¿La desesperación violenta, la crispación de las manos y los labios sangrantes por la impotencia? Mucho, mucho, demasiado, porque seguías ahí, impávido; como escultura bizantina, fragmentado de colores, inexpresivo y ausente, profundo e inquietante. Paralizado de estupor, de auténtico miedo, de terror justificado.
La gente la llamó loca, otros simplemente Marisela, Marisela Escobedo. La gente te llama loco, otros simplemente Javier, Javier Sicilia. Y tantos y tantos locos… Pero son cada vez más, los que buscan en sus actos inesperados, la oportunidad de respirar un poco de un aire menos denso y más fresco. La oportunidad de sentir la vida. De sentirse vivos. Sin miedo.
La prisión no son los otros, y reconocerlo duele, porque eso representa asumir la responsabilidad por tanto tiempo negada.
Y ya suman varios Javier, los que sacan las cabezas y abren los ojos y los corazones al verlos pasar, al ver su rostro transformarse, al ver su rostro actuar como espejo interminable de los rostros de todos. Un rostro que se encuentra por fin, con un corazón. Un corazón que evoluciona, que trasciende las imposiciones asumidas. Los hombres no lloran. Un corazón de padre, de hombre, que camina y se transforma, que pasa de la ira y del sentimiento de piedra dura e insondable, al consuelo silencioso y a la comunión con los iguales.
Ahí estás tú, en medio de la multitud deseosa de respuestas y consuelo, tú; que más que nada desea ser consolado y escuchar respuestas.
Poco a poco comienzas a ser consolado por la empatía de los que pudieran compartir tu dolor indescriptible. Indescriptible por terrible, por inconmensurable, porque es tuyo y al contemplarlo yo, quisiera que fuera de todos. Porque ya es mío, lo confieso. Y también desde mi propio silencio lloró.
Buscas junto a otros en el terreno fangoso del desierto. Ya voy contigo. Buscamos en el peregrinaje inverso al de los antiguos pobladores del Valle. Nos alejamos del lago, del águila, del nopal y de la piedra idealizados, para descubrir la crudeza y la belleza reales del desierto hostil que negamos ¿Habremos olvidado la fraternidad sedienta e insolada, y la capacidad de supervivencia necesariamente comunitaria, en los grandes territorios otrora nómadas del norte?
Y sí, al final han salido los rostros y los corazones del desierto, al encuentro silencioso. Los dolores indescriptibles e inconmensurables de los otros se encontraron. Los brazos, abrazaron los corazones y los ojos empañados, compartieron sobre las mejillas, las lágrimas silenciosas del dolor que no encuentra reposo.
Caravana del consuelo. ¿Cuántos recorridos tendremos que hacer por la inmensidad del territorio entrañable en la memoria y secuestrado por el miedo, para encontrar el consuelo individual? ¿Tendremos todos que experimentar el sacrificio de nuestra sangre, para sentir el dolor de la ausencia de las sangres de los otros?
viernes, junio 10, 2011
Quisiera decirte
Quisiera decirte que por donde pasaba, las miradas se detenían por un instante para contemplar su recia figura y que aún después de tiempo quedaba grabada, en la cotidianidad de quien lo observaba, la imagen de su presencia inquietante. La verdad es, que pasaba desapercibido. Quizá fuera ese su verdadero encanto, nadie lo notaba; hasta que, rodeado de la tenue luz de las fogatas en el campo abierto, sus rasgos comunes adquirían características particulares y atrayentes, parecía emerger del mismo fuego. Estaba conectado al fuego que se concentraba en su interior y desde ahí desplegaba su calor envolvente, mesurado y provocador.
La noche era el mejor escenario, el teatro inmenso donde la esperanza no sonaba absurda. Y en ese escenario de sombras y realidades desdibujadas, las fantasías y los sueños siempre se han desarrollado en plenitud. Cuando la luz del sol aparecía puntual, en aquel pueblo derrotado y reseco, después de una noche de sueños compartidos al calor del fuego y de las sombras; algo sutil había llegado para quedarse en la memoria de todos los que habían soñado aquellas noches, absortos de los sonidos, como el tenue rocío sobre las plantas de los patios desgastados. Ahora sí, y aunque las miradas no se detuvieran nunca a observarlo al caminar por las calles, las palabras de fuego habían sido escuchadas. Allá en el monte, junto al fuego. Y ya eran tantas las noches y tantos los despertares violentos, que sin apenas percibirlo, algo había cambiado también en el día a día. Los viajeros no podían describirlo, y aunque era aquel un pueblecito anónimo, como tantos otros, un temor indescriptible sacudía el alma de los que miraban directo a los ojos de los seres que circulaban por las calles empolvadas con el peso de la pobreza sobre los hombros. No era ni por mucho una mirada de reto violento y confrontador, amenaza a la que hubieran respondido como tantas veces, con la violencia latente y la prepotencia de sus pistolas y su coraza de impunidad. Era más bien, y quizá tu lo entiendas, una confrontación íntima entre dos almas desnudas. La constatación incomoda de la culpa, de la ausencia de fraternidad. El pueblo se iba quedando poco a poco sin visitantes ocasionales, y también se iba llenando poco a poco de extraños que buscaban la noche anónima de las fogatas. ¿Quién quiere ir a un pueblo horroroso y sucio? Se oía el rumor de que el gran decisor había decretado la construcción de una autopista. La necesidad apremiante de velocidad, amiga personal del crecimiento sostenido y del arribo de la modernidad, terminaría por ignorar la presencia incomoda de ese pueblecito resucitador de culpas, cuyos habitantes ignorantes lograban ver el interior vacio de los sepulcros blancos. Había urgencia claro, de secar la semilla germinada de la tranquilidad interior, que en aquel pueblecito, había surgido del calor del fuego de la tierra y del calor interior de los hombres y mujeres, que por las noches se reunían a compartir en el campo abierto, anónimo y teatral, las historias que de día nadie escuchaba.
Quisiera decirte que no lo lograron. Quisiera decirte que la autopista no logro segmentar y dividir, y que ahora, el pueblecito es libre no sólo en las noches. En verdad quisiera decírtelo, para que tú también quisieras compartir las historias que nacen del fuego de tu interior.
La noche era el mejor escenario, el teatro inmenso donde la esperanza no sonaba absurda. Y en ese escenario de sombras y realidades desdibujadas, las fantasías y los sueños siempre se han desarrollado en plenitud. Cuando la luz del sol aparecía puntual, en aquel pueblo derrotado y reseco, después de una noche de sueños compartidos al calor del fuego y de las sombras; algo sutil había llegado para quedarse en la memoria de todos los que habían soñado aquellas noches, absortos de los sonidos, como el tenue rocío sobre las plantas de los patios desgastados. Ahora sí, y aunque las miradas no se detuvieran nunca a observarlo al caminar por las calles, las palabras de fuego habían sido escuchadas. Allá en el monte, junto al fuego. Y ya eran tantas las noches y tantos los despertares violentos, que sin apenas percibirlo, algo había cambiado también en el día a día. Los viajeros no podían describirlo, y aunque era aquel un pueblecito anónimo, como tantos otros, un temor indescriptible sacudía el alma de los que miraban directo a los ojos de los seres que circulaban por las calles empolvadas con el peso de la pobreza sobre los hombros. No era ni por mucho una mirada de reto violento y confrontador, amenaza a la que hubieran respondido como tantas veces, con la violencia latente y la prepotencia de sus pistolas y su coraza de impunidad. Era más bien, y quizá tu lo entiendas, una confrontación íntima entre dos almas desnudas. La constatación incomoda de la culpa, de la ausencia de fraternidad. El pueblo se iba quedando poco a poco sin visitantes ocasionales, y también se iba llenando poco a poco de extraños que buscaban la noche anónima de las fogatas. ¿Quién quiere ir a un pueblo horroroso y sucio? Se oía el rumor de que el gran decisor había decretado la construcción de una autopista. La necesidad apremiante de velocidad, amiga personal del crecimiento sostenido y del arribo de la modernidad, terminaría por ignorar la presencia incomoda de ese pueblecito resucitador de culpas, cuyos habitantes ignorantes lograban ver el interior vacio de los sepulcros blancos. Había urgencia claro, de secar la semilla germinada de la tranquilidad interior, que en aquel pueblecito, había surgido del calor del fuego de la tierra y del calor interior de los hombres y mujeres, que por las noches se reunían a compartir en el campo abierto, anónimo y teatral, las historias que de día nadie escuchaba.
Quisiera decirte que no lo lograron. Quisiera decirte que la autopista no logro segmentar y dividir, y que ahora, el pueblecito es libre no sólo en las noches. En verdad quisiera decírtelo, para que tú también quisieras compartir las historias que nacen del fuego de tu interior.
viernes, junio 03, 2011
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