La cuestión de la inseguridad en México es un auténtico juego de estupidez en la que el gobierno protege la puerta de la paz social, puerta que a su vez protege islas de poder, puerta que excluye, anhelo ancestral del los tiempos porfirianos, que es un espejismo para la mayoría y una realidad que se sostiene apenas, agotando los recursos del país, recursos que creímos una vez inacabables, ese territorio mitológico, cuerno de la abundancia, producto de leyendas soñadoras que nos hemos acostumbrado a creer y que han dado seguridad y bienestar a una minoría privilegiada y convenientemente ciega, esa minoría que derrocha en su ceguera, los recursos que nos quedan en contener a los grupos que quieren gozar de esa abundancia interminable que les venden y que nunca han vivido.
México dividido por los muros de desigualdad mas dolorosos aún que las afrentas fronterizas del norte, y más dolorosos porque son muros invisibles que se levantan en el interior, muros, puertas, barreras ideológicas de los que temen perder sus privilegios y no han pensado nunca en compartirlos, muros visibles que se levantan en el interior, muros, puertas y barreras físicas que sectorizan clases sociales y fragmentan ciudades. Dos fuerzas que tiran para lados opuestos y que se confrontan en una eterna guerra civil del que tiene todo y del que contempla ese todo con la esperanza de poseerlo, visiones ambas egoístas y sectarias, que no alcanzan a ver o no quieren ver, los beneficios del trabajo común, unos con el conocimiento de los recursos que inevitablemente se agotan, buscan mecanismos para seguir gozando de esos privilegios a costa de más desigualdad, disfrazada de reforma energética, otros que nunca han tenido, anhelan legítimamente las mismas cosas, con la ignorancia de que ese ritmo de vida no puede sostenerse más y con la esperanza legitima, reitero, de acceder a esos sueños con que son bombardeados todos los días; y la respuesta es superficial y a corto plazo, divide, y condiciona, es la respuesta estúpida, repito, de seguir alimentando la maquinaria policíaca, barril sin fondo que da soluciones aisladas y complacientes, fuente de corrupción que nunca tendrá suficientes recursos para arreglar un problema que no se quiere arreglar y que es la educación, educación que fortalece los espíritus y equilibra las fuerzas sociales, la educación que siembra conciencias y cultiva creatividad y diversidad incluyente, participativa y propositiva.
Si no reorientamos la inversión y seguimos administrando ya no sólo la inercia, de la que habla Denise Dresser, sino los recursos que aún tenemos, la respuesta social será igual o mas cruenta que las revoluciones interminables que nos han precedido, la fuerza de las mayorías terminará por tirar una vez más, la puerta que protege a los monopolios nacionales y extranjeros, a la burocracia ignorante y rebasada por promesas de campaña que le impiden generar estrategias y concretar acciones, burocracia que quiere ocultar su ineficiencia en falsas consultas a una ciudadanía que no ha sido educada para participar y que esta cansada de escuchar promesas que no se cumplen y de emitir opiniones que no son tomadas en cuenta y se limita a estirar la mano para aliviar necesidades momentáneas, participación para escuchar a grupos de poder que pueden compran modificaciones de leyes, reglamentos y conciencias, burocracia que se vende a los monopolios y al narcotráfico en un peligroso juego de intereses que también tarde o temprano terminará por ceder hacia uno u otro lado, perdiendo en esa venta la representatividad imparcial, y cediendo el poder de decisión a unos pocos que necesitan una legitimidad ante la mirada hipócrita de los gobiernos y los intereses extranjeros, finalmente, los medios de comunicación, complacientes comparsas que difunden las falsas ideas de progreso, justifican intereses y sirven de escenario al eterno teatro barroco y opulento del paternalismo que paraliza la movilidad social, estos y otros grupos que luchan por conservar la tranquilidad que pierden, y que sin reconocer esta perdida, la hacen evidente desde el momento que han decidido rearmarse, para proteger sus trincheras urbanas de lujo y exceso, trincheras urbanas que se acrecientan a costo de la perdida de las tierras de cultivo, abandonadas, ociosas, estériles; espacios que propician la perdida del ser ciudadano y agrandan las islas de la inseguridad que pretenden frenar.
La puerta de la paz esta siendo violentada y por mas dinero que se inyecte a la policía, y al ejercito en aras del un bien común de discurso, terminará por derrumbarse.
La apatía de un pueblo resignado debe tener un límite, ¿Hasta cuando aprenderemos a no vivir de limosnas y luchar por lo que merecemos, a no dejarnos corromper por la solución fácil y cómoda del momento que nos condena a vivir en un malestar y un complejo de inferioridad constante? ¿Hasta cuando permitiremos que nos sigan manipulando con la dadiva corrupta y proteccionista del líder que nos ha defraudado siempre? ¿Cuantas revoluciones mas tendremos que vivir en este país para encontrar el equilibrio? ¿Es necesaria otra lucha armada para tratar de conseguir una madurez colectiva que nos permita vivir en un país en verdad justo?
Víctor Luis Martínez Delgado.
México dividido por los muros de desigualdad mas dolorosos aún que las afrentas fronterizas del norte, y más dolorosos porque son muros invisibles que se levantan en el interior, muros, puertas, barreras ideológicas de los que temen perder sus privilegios y no han pensado nunca en compartirlos, muros visibles que se levantan en el interior, muros, puertas y barreras físicas que sectorizan clases sociales y fragmentan ciudades. Dos fuerzas que tiran para lados opuestos y que se confrontan en una eterna guerra civil del que tiene todo y del que contempla ese todo con la esperanza de poseerlo, visiones ambas egoístas y sectarias, que no alcanzan a ver o no quieren ver, los beneficios del trabajo común, unos con el conocimiento de los recursos que inevitablemente se agotan, buscan mecanismos para seguir gozando de esos privilegios a costa de más desigualdad, disfrazada de reforma energética, otros que nunca han tenido, anhelan legítimamente las mismas cosas, con la ignorancia de que ese ritmo de vida no puede sostenerse más y con la esperanza legitima, reitero, de acceder a esos sueños con que son bombardeados todos los días; y la respuesta es superficial y a corto plazo, divide, y condiciona, es la respuesta estúpida, repito, de seguir alimentando la maquinaria policíaca, barril sin fondo que da soluciones aisladas y complacientes, fuente de corrupción que nunca tendrá suficientes recursos para arreglar un problema que no se quiere arreglar y que es la educación, educación que fortalece los espíritus y equilibra las fuerzas sociales, la educación que siembra conciencias y cultiva creatividad y diversidad incluyente, participativa y propositiva.
Si no reorientamos la inversión y seguimos administrando ya no sólo la inercia, de la que habla Denise Dresser, sino los recursos que aún tenemos, la respuesta social será igual o mas cruenta que las revoluciones interminables que nos han precedido, la fuerza de las mayorías terminará por tirar una vez más, la puerta que protege a los monopolios nacionales y extranjeros, a la burocracia ignorante y rebasada por promesas de campaña que le impiden generar estrategias y concretar acciones, burocracia que quiere ocultar su ineficiencia en falsas consultas a una ciudadanía que no ha sido educada para participar y que esta cansada de escuchar promesas que no se cumplen y de emitir opiniones que no son tomadas en cuenta y se limita a estirar la mano para aliviar necesidades momentáneas, participación para escuchar a grupos de poder que pueden compran modificaciones de leyes, reglamentos y conciencias, burocracia que se vende a los monopolios y al narcotráfico en un peligroso juego de intereses que también tarde o temprano terminará por ceder hacia uno u otro lado, perdiendo en esa venta la representatividad imparcial, y cediendo el poder de decisión a unos pocos que necesitan una legitimidad ante la mirada hipócrita de los gobiernos y los intereses extranjeros, finalmente, los medios de comunicación, complacientes comparsas que difunden las falsas ideas de progreso, justifican intereses y sirven de escenario al eterno teatro barroco y opulento del paternalismo que paraliza la movilidad social, estos y otros grupos que luchan por conservar la tranquilidad que pierden, y que sin reconocer esta perdida, la hacen evidente desde el momento que han decidido rearmarse, para proteger sus trincheras urbanas de lujo y exceso, trincheras urbanas que se acrecientan a costo de la perdida de las tierras de cultivo, abandonadas, ociosas, estériles; espacios que propician la perdida del ser ciudadano y agrandan las islas de la inseguridad que pretenden frenar.
La puerta de la paz esta siendo violentada y por mas dinero que se inyecte a la policía, y al ejercito en aras del un bien común de discurso, terminará por derrumbarse.
La apatía de un pueblo resignado debe tener un límite, ¿Hasta cuando aprenderemos a no vivir de limosnas y luchar por lo que merecemos, a no dejarnos corromper por la solución fácil y cómoda del momento que nos condena a vivir en un malestar y un complejo de inferioridad constante? ¿Hasta cuando permitiremos que nos sigan manipulando con la dadiva corrupta y proteccionista del líder que nos ha defraudado siempre? ¿Cuantas revoluciones mas tendremos que vivir en este país para encontrar el equilibrio? ¿Es necesaria otra lucha armada para tratar de conseguir una madurez colectiva que nos permita vivir en un país en verdad justo?
Víctor Luis Martínez Delgado.
1 comentario:
Armada no. Creo que hace falta otro tipo de lucha, mucho más profunda, mucho más difícil. ¿Tú qué crees?
Publicar un comentario