EULÀLIA SOLÉ - 21/10/2005
Socióloga y escritora. La Vanguardia España
Me resisto a usar el barbarismo singles siendo que poseemos calificaciones genuinas. Así, podemos hablar de gente sola, hombres y mujeres que andan sueltos por la vida, sin pareja, lo cual no significa necesariamente que sea sin amor. Tengamos presente que el amor abarca aspectos que sobrepasan los de una mera relación amorosa sexual. Se ama a hijos, padres, hermanos, nietos y abuelos - no descartemos las emociones en estas franjas de edad-, amigos. Ya menudo se siente afecto intenso por un profesor o por un alumno. Incluso hay personas que aman tanto al prójimo que dedican su propia vida a mejorar la de los demás.
Pese a lo dicho, es frecuente que cuando se habla de falta de amor se haga referencia a quienes no gozan de una pareja con la que compartir los días, para bien y para mal, como reza el tópico. Y viene a suceder que el 93% de los desaparejados se declara infeliz. Esto es así según una reciente encuesta realizada bajo el apelativo de Solteros españoles 2005.Apelativo, dicho sea de paso, que no refleja de modo fidedigno la realidad. Las denominadas parejas de hecho están formadas por solteros y solteras, pero constituyen un hogar, no son gente sola.
Precisiones al margen, el elevado porcentaje de personas que se sienten infortunadas por carecer de pareja invita a interrogarse sobre los porcentajes que obtendríamos si preguntáramos a los aparejados. Teniendo en cuenta el creciente número de separaciones, cabe colegir dos cosas: que muchos no son felices y, por lo tanto, deciden cortar por lo sano, y que los que permanecen unidos, habida cuenta de que podrían desatarse, es porque son dichosos. A menos que solamente la cobardía les impida afrontar la verdad. Mas aquí nos encontramos ante vericuetos psíquicos que las encuestas y los estudios cuantitativos jamás llegarán a iluminar.
Por otro lado, existen indicadores sociales que casi convierten en un prodigio que haya parejas que sigan adelante felizmente. Sabiendo que el 64% de los trabajadores se muestran angustiados ante la posibilidad de ser despedidos, sabiendo que el agobio con el empleo, los niños, los abuelos, que a veces ayudan y otras necesitan ayuda, reduce la libido y el buen humor, sorprende que la pareja, la familia a fin de cuentas, permanezca en pie.
Cabe que nos hallemos ante un milagro de amor. Será por este motivo que muchos de los que nunca han participado de este milagro, o se han visto expulsados de él, lo persiguen con anhelo, declarándose insatisfechos con su condición de gente suelta.
Y ahora como antes demandan apoyo para encauzar su vida. Tiempo atrás, los casamenteros solían florecer entre la parentela o en círculos de amigos. Se organizaba una merienda, una excursión, un guateque para propiciar el encuentro entre los previamente deseosos de conocerse. Ahora las componendas en directo han pasado de moda, como si hirieran el amor propio. Se prefieren las agencias matrimoniales, que deberían elegir otro nombre para adaptarse a la sociedad de hoy, o los contactos por internet, donde es posible hacerse con una pareja a lo ancho del mundo, o casi. América, Asia, incluso Oceanía, pero no África, salvo el nimio sur. Un continente que ni para el amor cuenta.
lunes, octubre 24, 2005
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