¿A cuántos en el día les hacen esto? Señorita…
La sensación de ser estafado, nunca había sido tan clara. Pensé, mientras corría por la calle repleta de gente ajena. Sentí, que la vida era injusta conmigo, al sentir el frío que pegaba contra mi rostro caliente por el enojo y la impotencia. Cuando detuve el paso y me refugie, otra vez entre extraños, ya tranquilo, con un trozo de pan y dulce de leche, al que llaman alfajor, y mientras esperaba la llegada del autobús que me llevaría a mí hogar del presente; comencé a sentir también. Sentí que el día había sido realmente redondo, y que, todo tiene un desarrollo lógico. Sin embargo, no dejo de sentirme un pendejo, con los dos significados que la palabra tiene, aquí y allá. Y necesito reconciliarme con las dos: con la inocencia y con la estupidez…
La sensación de sentir que si hubiera caminado acompañado no habría pasado es constante, y tiene que ver con mi necesidad cada vez más clara, de poder caminar tomado de la mano de alguien, con el que pueda compartir mi vida, aunque sea por un tramo del trayecto, de un trayecto que al vivirlo intensamente, sea siempre presente.
La sensación de sentir que después de tantas reflexiones estoy volviendo al inicio, pero evolucionado.
Por otra parte también pesaba, mientras sentía: que no le contaré a nadie los detalles, para poder así asumir la responsabilidad de mi parte estúpida y a la vez, permitir que mí parte inocente madure y crezca. Y que por otro lado no quiero perder, ni mi estupidez, ni mi inocencia; porque es verdad, las dos conviven conmigo y están en mí. Tengo que aprender a vivir con ellas todos los días, a reconciliarme con ellas.
Visto de esta manera, el precio no es tan caro, ¿Qué son unos pesos?, que si bien no me sobran, tampoco me hacen más pobre ni más rico, ¿Qué son unos pesos? Si me permitieron darme cuenta del valor de la libertad que tengo, de saber la capacidad de decisión que también tengo, de poner para siempre mis sentidos en alerta, para identificar claramente, lo que me agrada y lo que me puede hacer daño, para lo que me agrada y me hiere y asumir si lo quiero, con responsabilidad. Saber que no puedo pasar de las enseñanzas de infancia porque ya soy muy grande. Saber que soy capaz de entrar en empatía con el otro, de que no he perdido mi lado humano, pero que tampoco debo permitir que cualquiera se valga de esa disposición para no respetarme. Darme cuenta de que mi cuerpo es fantástico, y puede entrar en una disposición sensorial mayor, y también en una mayor vulnerabilidad cuando está cansado; y debo cuidarlo. Que soy fuerte y vulnerable, sabio y estúpido, maestro y alumno. Que caminar confiado depende de mí y que quiero caminar sonriendo , confiado y seguro. Que puedo y tengo derecho a manifestar mi enojo cuando sea necesario, que debo aprender a escuchar a mis sentidos, a confiar más y a desconfiar más al mismo tiempo. Que puedo aislarme en una multitud y conectarme a ella cuando lo decida, que mis amigos están en mí, en mis experiencias y que debo recurrir a ellas en los momentos que las necesite. Que pueden existir los espacios públicos mejor diseñados, y que sin embargo no puedo, ni podre, modificar las decisiones individuales de las personas, y mucho menos conocer sus deseabilidades.
¿A cuántos les pasa esto todos los días señorita?
Ojalá que a muchos, en distintas formas, como cada quién lo necesite, le enseñen muchas cosas las ciudades.
Ojalá queramos escucharlas…
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