Las cosas que no deben ser escritas, se encontraban por todas las paredes de la ciudad, las voces silenciadas por la intolerancia encontraban eco entre los ladrillos y el marmól frío y lejano, la piedra viva accedía al fin a ser la portadora del mensaje indestructible, que el viento, su portador común, se afana en confundir. Era primavera, y era 1968, la ciudad Paris, el común denominador la esperanza.
lunes, diciembre 07, 2009
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