Un murmullo lejano al amanecer.
Por la radio la voz cotidiana que anuncia las noticias se escucha por primera vez, desde que recuerdo, asustada, son 43...
Después el sonido de un muchacho, casi un niño, describiendo el horror, “…cuando volví y vi lo que había pasado, supe que esto no era lo mismo de antes…” Y desde entonces, para todos, ya nada puede ser lo mismo de antes.
En la universidad donde imparto clase por las tardes, habló con otros maestros, hablamos de lo apático de los alumnos y alumnas, de que ya no encontramos maneras de motivarlos y lograr que desarrollen su creatividad y aprovechen la oportunidad de estudiar. Y yo, en el fondo pienso, ¿no será también, que mis alumnos y alumnas están asustados como la locutora del noticiero aquella mañana?, ¿No será que yo estoy asustado, como ella, como ellos?
La noticia de la mañana es sólo el recordatorio de que en este país aunque tratemos de ignorarlo suceden cosas que dan miedo desde hace mucho tiempo.
Intrigado, más tarde les pregunto, ¿Qué acaso no les duele lo que pasa en el país?, -claro que nos duele profe, pero no queremos hacer nada porque no queremos que nos maten a nosotros también.
Aún así, cuarenta y tres bancas vacías se encuentran desde hace días en la plaza principal de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, siempre tan callada, como mensaje explicito de la solidaridad universitaria, no podemos seguir impasibles y callados.
Por primera vez en lo que recuerdo de vida, la principal arteria vial de la ciudad se vio bloqueada con una manifestación organizada por la normal rural de la región y en el evento conmemorativo del la sobre valorada convención revolucionaria las normalistas se manifestaron, aunque no las dejaron llegar, hasta donde estaba, presidiendo el acto, el presidente de la república.
Los habitantes de la ciudad, como muchos de los mexicanos a lo largo del país, también tenemos miedo y el miedo puede convertirse en rabia, el miedo puede arrinconar e inmovilizar, y también puede impulsar y accionar la impasibilidad rutinaria.
YO QUIERO VIVIR EN LIBERTAD, el miedo debe desaparecer, pero antes tenemos que reconocer con los demás, pero sobretodo con nosotros mismos, que sentimos miedo. Tenemos que permitirnos reconocer nuestro dolor, no es vergüenza llorar y sentirnos empáticos con el dolor de tantas personas que han sufrido en carne propia la tortura y la angustia de la desaparición de hijos, hijas, hermanos, hermanas, amigas, amigos, padres, madres, amores... seres entrañables; una de las pancartas en tantas de las manifestaciones decía, "Si eres capaz de sentir nuestro dolor, te consideraré mi hermano..."
Debemos reconocer que ya no debemos permitirnos vivir en un país en el que gran parte de los delitos son cometidos por los que hacen las leyes, que no es posible tolerar la desaparición de seres humanos por la voluntad y la intolerancia de los que toman las decisiones que nos involucran a todos; que hacen y deshacen para lograr acrecentar sus bienes y los de la corte de abyectos que los secundan y los empoderan cubriéndolos de elogios falsos y que son, muchas veces, más violentos y salvajes que sus narcisos señores.
Estamos asustados, y tenemos razón, todos tenemos miedo, no tengo duda, nos hemos dado cuenta de manera extremadamente violenta de que aún somos niños vulnerables jugando a ser adultos responsables; crecer duele y existen momentos en la vida personal y social en que una situación de choque violento, de brutalidad extrema, puede sacudir las conciencias y forzar una madurez inusitada y repentina. Éste puede ser el caso, aprovechemos la dolorosa circunstancia por la que estamos transitando y hagamos cada quien desde su trinchera, el mejor trabajo posible, realicemos nuestro trabajo y todas nuestras actividades lo mejor podamos, defendiendo nuestros ideales, reconociendo y respetando los derechos de los otros y las indudables diferencias, y también, salgamos a la calle y gritemos nuestro dolor y exijamos justicia, por las LIBERTAD que todos necesitamos y que merecemos todos.
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